Traducí mis textos

Les decían los Domadores de Sueños, y casi siempre los invitaban a sus casas para que los ayudasen a dormir. Los catres eran incómodos y los renacuajos del estanque cantaban sin cesar. Pero nada importaba porque las pesadillas iban a viajar al son de la luz que entraba por las rendijas, lejos, quizá más lejos de lo que pensaban en aquel momento. Los hacían recostar uno por uno y aguardaban que el primer sueño apareciese, y como si fuese por obra de una vibra mágica expulsaban los caprichos, los golpes, las tristezas, y las ocultaban bajo las mangas y las metían en pequeños frascos y ¡qué hermoso parecía todo eso! Nadie quería perderse la asombrosa actuación de los Domadores de Sueños, mientras dormían, mientras espiaban, mientras se colocaban en fila esperando el turno de sus propias pesadillas.
Pero siempre nos pasa a nosotros, los que no sabemos soñar adecuadamente, que una de esas pesadillas se esconde tan frívolamente que jamás es encontrada. Y uno de los Domadores también supo pasarla por alto.
Buscó donde ya Dios no llegaba, y tampoco pudo verla. La pesadilla dormía entre los sueños malignos de los humanos con corazones de piedra, y no despertaba, no hablaba, ni se escuchaba siquiera su respiración. Así fue como siguió perteneciéndole a un cuerpo que trataba de expulsarla.
Luego de mucho tiempo volvió un Domador de Sueños al barrio en el que vivía el portador de la pesadilla. Lo acostó, espero a que se duerma y lo vio exhalar su último aliento. Entonces fue ahí que entró y vio a la pesadilla dormitando sobre nubes negras. La guardó bajo su manga, la colocó en el frasco, y la envió a la luz. Se dio cuenta de que no servía eliminar ciertas pesadillas que ayudaban a que los que tanto lo anhelaban, duerman en paz. Ese fue el último Domador de Sueños. Ahora las pesadillas eligen su momento para viajar muy lejos, más allá de los límites que creemos que deberían existir.