Traducí mis textos

Que sientas como si no hubiese un ayer mi mañana. Que el tibio abrazo se transforme en el todo, en ese corazón que te espía aún cuando se cierran los ojos y los ramos de lilas. Vivía en un globo aerostático escribiendo versos, que ni Neruda, que ni Ginsberg, que ni cuanto loco de feria pretendiese copiarlo y profanarlo y hacer suyo lo que no era mío. Nunca tenía sentido porque así veía la vida, como algo banal y patriótico y sin escarapelas ni domingos con las abuelas. Entonces escribía solo sentado entre los suaves ligustros que lo elevaban a quien vaya uno saber dónde con destino a vaya saberse qué lugar. Pero no importaba porque las líneas de los paralelos y meridianos no limitaban el viaje de la Luna, ni el suyo, ni el mío. No dejaba leerse hasta saberse infinito, no dejaba nunca de apretar la punta de su birome contra el papel gris, encapsulado por la neblina. Y si osaba mirar hacia abajo veía y divisaba y resonaban en sus tiernas pupilas de alma cansada las luces de los grandes edificios y de los bares donde se cantaban los viejos blues, de los autos que de forma fugaz se esfumaban sobre las avenidas, y qué hermoso, y cuánta belleza imposible de ser tocada más que por el aire que a él también lo impulsaba. Entre un poema y otro volvía a mirar hacia abajo como si no creyese en que el mismo Dios pudiese amarlo tanto como para hacerlo testigo de semejante danza. Y él no lo creía, no creía en nada más que no fuese el baile de las luciérnagas en el horizonte y los versos que iban sobrando en su soneto. Miraba hacia abajo y cada vez se notaba más distante, más cercano a su destino, más alejado de la percusión que emitían los autos sobre los puentes y las mujeres con sus zapatos de tacos altos. Creía poder morir en paz después de haberle llorado a tal espectáculo. Pero no murió, y escribió hasta que su globo se posó en una nube, entonces descendió y se sentó sobre las gotas de lluvia condensadas que quizá aguantarían un otoño más, así de puras, así de intocables. Feliz escribió el canto de la lluvia, y volvió cuando llovieron notas musicales sobre las praderas.  Así de imponente se disfruta de un poeta.